A pesar de caracterizarse por tener una serie de adaptaciones físicas como la capacidad de oler bajo el agua y contener la respiración durante horas, pasar meses sin beber y una cola aplanada como remo, que le facilitan sobrevivir en el mar, a parte de ser uno de los reptiles más diversos del océano con aproximadamente 70 especies, no existe registro alguno de poblaciones de alguna especie de serpiente marina que viva en el Océano Atlántico.
Según una publicación en la revista BioScience, del pasado Noviembre del 2017, el profesor del departamento de biología de la Universidad de Florida, Harvey B. Lillywhite, en conjunto con otros científicos, aseguran que las serpientes marinas no son buenas nadadoras pero han logrado extenderse a lo largo de los océanos, desde Japón a Nueva Zelanda y desde Sudáfrica a America Central, pero ninguna vive en el Océano Atlántico.
La hipótesis de Lillywhite y sus colegas es que a pesar de que el océano Atlántico reúne todas las condiciones para un hábitat ideal para las serpientes marinas, para cuando estas se extendieron por el Pacífico hace millones de años, el istmo de Panamá ya se había cerrado, bloqueando su acceso al Caribe. Además, las frías y severas condiciones del Hemisferio Oriental, evitan que estas logren sobrevivir mucho tiempo si cruzan el punto de encuentro de los océanos Índico y Atlántico.
Según los científicos se han reportado avistamientos de la serpiente de vientre amarillo, una especie cuya distribución es la más amplia que la de cualquier otra especie de serpiente en el planeta, pero aseguran no ser más que ejemplares individuales que lograron cruzar el Canal de Panamá. El problema radicaría en que si efectivamente se lograra establecer una población de serpientes marinas en el Atlántico, las presas no estarían preparadas para protegerse y se verían rápidamente amenazadas. Una interesante, curiosa y contundente prueba de lo frágil que son los ecosistemas marinos y lo importante de realizar el mayor esfuerzo por protegerlos y no alterarlos.